viernes, 28 de marzo de 2008

y Cuentos que serán.

La noche estaba despejada, la luna, casi escondida entre la penumbra reflejaba una tenue luz plateada por los techos y las calles. Las grandes torres de cemento y metal se habían propagado por toda la ciudad y habían conquistado el horizonte hace largos años; pero había una torre, que sobresalía por encima de la jungla de cemento, sus paredes de vidrio reflejaban solamente la noche y sus estrellas. El edificio ocupaba casi una manzana completa, y se ubicaba en una posición privilegiada cerca de las nostálgicas callecitas del centro de Buenos Aires. Pero había una ventana, que mostraba más allá de la oscuridad. Había una silueta dibujada con hilos de plata. Una figura humana, con alas angelicales q bailaban con el viento, manteniéndose siempre a la misma altura del edificio, y un brillo triste, frío y apagado que destellaba en lo más profundo de sus ojos. Esos impenetrables ojos verdes, escudos de los más oscuros pensamientos y de lo más profundo de su alma, ojos que ya no veían la vida y la felicidad a su alrededor, sino la muerte, la agonía y la desolación. Un suspiro sonó en el cielo, los ojos parpadearon y las alas comenzaron a cambiar su danza, acercando al hombre hacia el vidrio de la ventana, una capa de hielo impenetrable por los ojos de cualquier mortal.

Una mano salió de entre las sombras, dejando ver sus nudillos huesudos y una larga cicatriz que recorría todos sus dedos, las yemas tocaron el vidrio sin interrumpir el silencio mortal que cantaba esa noche. El hombre cerró los ojos, su rostro se escondio entre la oscuridad. Un calor insoportable recorrió su sangre, seguido por un frío penetrante y otro suspiro de alivio. Sus ojos se abrieron nuevamente, pero esta vez nadie los vió. No habia vídrio en la ventana, no había luz de luna que pudiera penetrar la penumbra que envolvía a sus alas. El hombre se acerco al umbral, apolló un pié en el piso, seguido por el crujido apagado de la madera. Sus alas se plegaron nuevamente al cuerpo y volvieron a brillar bajo la luna.

Una luz amarillenta se encendió en el cuarto contiguo, tratando de escapar por debajo de la puerta, y alumbrando penosamente la habitación donde él se encontraba. Una voz insegura y teblorosa murmuró algunas palabras del otro lado, pero él no le dio importancia, todos decían lo mismo, todos sonaban igual. El hombre del otro lado volvió a murmurar palabras ahogadas en terror y abrió la puerta de repente. Era un hombre no muy alto y muy pasado de peso, su silueta se dibujaba a contraluz, con un brazo extendido y el orgulloso metal de una pistola en su mano.

Un disparo arruinó el silencio, la explosión de la pistola retumbó por todo el edificio y un cristal se destrozó del otro lado de la habitación, pero con el leve reflejo que produjo la pólvora ardiendo el hombre pudo ver confundido al más oscuro de los ángeles, o el más noble de los demonios, con sus alas negras como la noche extendidas imponentemente por el cuarto, Su oscura cabellera tapándole parte de la cara y una mirada perdida en sus ojos, mezcla de satisfacción y dolor, de tristeza y alegría. Una hoja de metal atravesaba sin piedad el corazón de la victima, opacando su brillo, con la sangre corrompida de aquel parásito.

1 comentario:

Caro dijo...

esto es algo interesante